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HEMISFERIO MARIN A DOMINGO 27 DE ABRIL DE 1958 . M M »MW * » o/Juestro Mensaje EL RESPETO A LA OPINION AJENA Para mantener el equilibrio de las relaciones sociales y políticas es necesario, entre otras cosas, que cada per sona respete la manera de pensar de los demás, sin que esto signifique necesariamente que comparte su criterio . Tampoco esto quiere decir que no se pueda discrepar pri vadamente o en público, oponiendo ideas contra ideas, pero todo dentro de severas normas de civilización y de cultura. Cuando hay ausencia de tolerancia, y cuando se trata de convencer a los demás mediante el uso de tér minos impropios y lesivos, o cuando se apela a la intimi dación y a la violencia, por muy meritoria que sea la tesis que se quiere defender, se pierde la razón, porque nadie tiene derecho a imponerle por la fuerza su voluntad a su manera de pensar a los demás. No hay que olvidar la frase inmortal de Benito Juá rez: "El respeto al derecho ajeno es la paz". . . ¡POBRE EZRA ROUND! NUEVA YORK.—EI viepo poeta—tiene ahora 73 años— ha sido "amnistiado", después de permanecer confinado du rante trece años en un hospital de enfermos mentales. Amnistía en Grecia—-y del griego procede la palabra— significa olvido. Indu'to y amnistía son cosas distintas. El indulto supone perdón; la amnistía, simplemente olvido. A Ezra Pound no se le podía indultar- Su crimen era imperdonable: traición a su patria y lo que es más grave aún: traición a la causa de la libertad y la democracia. Siendo un ciudadano de los Estados Unidos, durante la pasada guerra mundial, desde las radios fascistas de Mussoli ni hizo propaganda contra su país y contra lo que ArnériEa representaba. Pero han transcurrido trece años, y la democracia ameri cana, generosamente, ha olvidado. . . La Justicia ha retirado la acusación, y el pota ha quedado en libertad. Si viviera McCarthy, probablemente hubiese gritado; "¡Traición!" Ni traición, ni perdón- Simplemente olvido. Pound ha sido duramente castigado. ,Lo strece años que ha pasado en la sala de un hospital de locos tienen que haber sido para él, hombre de gran sensibilidad, un suplicio dan tesco. Además, en la sala del hospital había un aparato de televisión. . .' Imagínese lo que representa tener que vivir veinticuatro horas diarias, 365 días al año, trece años seguidos, en medio de Idcos que miran la televisión. .... Uno, olvidando el crimen del poeta, no puede menos que exclamar humanamente: ¡Pobre Ezra Pound! Durante esos trece años de locura entre locos, Ezra Pound, sostenido moralmente por su rpujer—el hombre está siempre bajo la influencia de la mujer como el mar bajo de la luna, dijo el poeta belga Rodenbach—ha trabajado intensa mente. Ha escrito poesía, ha corregido pruebas, ha dirigido la reedición de sus obras y ha mantenido una correspondencia regular con sus numerosos amigos. Ezra Pound, el más universal de los poetas americanos vivientes, tiene amigos en todo el mundo, sobra todo en Ingla terra, Italia y Asia- Lo que en el mundo de habla española representó Rubén Darío en la generación de comienzos de siglo, representa Ezra Pound en la última generación de habla inglesa. En Inglaterra como en los Estados Unidos, una gran parte de los poetas de la presente generación fueron influen ciados, más o menos intensamente,' por Ezra Pound. Desgraciadamente paré él, a pesar de su gran talento, no supo comprender que el poeta no puede separarse nunca de la causa de la Libertad. En un momento crucial de la Historia, en el que el mun do se jugaba a cara y cruz el porvenir, Ezra Pound sa puso al lado de los enemigos de la Libertad. No supo seguir el nombre ejemplo de los grandes poetas libertadores: Schiller, Pushkin, Byron, Hugo, Heine, Whitman, Guerra Junqueiro, José Martí, García Lorca. . . ¡Pobre Ezra Pound! SUPLEMENTO DOMINICAL DE Diario lÜlmericas La costa, calcinada por el sol, se extiende larga y solitaria en tre unos cerros de tierra roja y árida come el yermo y el mar azul, de un azul pastoso que, en violento contraste, luce sombrío baio el resplandor del cielo blanquecino y ardiente como una cúpula de zinc. Más allá de los cocales, más allá de los uveros, cerca de la mole blanca del cabo, en un pa raje desolado y aspérrimo donde sólo medran recios cardonales y breñas rastreras, cerca de lá de sembocadura de un-torrente que en la estación de las lluvias ba ja las montañas arrastrándo un fango rojizo hay una vivienda solitaria con techumbre de pal mas y cercado de tunas bravas que la guarecen de los vientos del mar. Cae a plomo la lumbre estan te del meridiano centellea en la arena de la playa, vibra en el aire que tiembla a ras del suelo y por entre las varas espinosas de los cardos, reverbera en el caliche del promontorio, blanco y siniesiro como un osario y en el ocre violento de los cerros que, secos, desnudos y agrieta dos, se internan costa adentro, y bajo aquella luz cruda la salva je majestad del paisaje desolado sugiere la abrumadora impresión de las tierras por donde ha pa sado el soplo de las maldiciones bíblicas. Llena el ámbito el trueno del mar; a lo largo de la playa re suena interminable el fragor del pedrusco arrastrado por la resa ca... A intervalos reposa el olea je, y entonces se oye hervir la espuma en las rompientes, y se siente tierra adentro, el angus tioso silencio de la soledad del paraje... Es un silencio que asus ta: por momentos parece que se va a escuchar el terrible grito de un enorme dolor humano. En la desembocadura del arro yo, semienterrada en el fango que arrastró la última venida, es tá la osamenta de un asno. En los costillares descarnados que dan todavía adheridos unos cartílagos sanguinolentos, las cuencas vacías de los ojos están vueltas hacia el mar, la dentadu ra enorme sugiere la dolorosa expresión del último rebuzno. En torno crascitan y sacuden las alas unos zamuros disputándose las últimas piltrafas. El hedor de la osamenta se mezcla en el aire con las emanaciones mari nas. Zumba en el sol un enjan bre de moscardones verdes. En la orilla del mar están tres cabras negras: sus torvas pupi las expioran el horizonte aten tamente. En el rancho, cerca de la puer ta, está una mujer con las meji llas en las manos, viendo hacia el mar con la misma expresión estúpida de las cabras Como és tas, ella también se encuentra en presencia del misterio que no escrutará jamás. Adentro tendido sobre una es tera, yace un hombre muerto. La lumbre vacilante de una vela le arroja sobre la faz, ya surcada de manchas violáceas, un temblo roso color macilento, y adentro de aque halo especial que flota en la diurna oscuridad del cubil, como una aguamala, se levanta bajo el sórdido harapo de la mortaja la comba del vientre enorme" rotunda inquietante. . . De cuando en cuando la mu jer voltea para mirarlo y dice invariablemente con la persis tencia del idiota: —Ya él descansó, los pobres hacemos carrera muriéndonos. Y vuelve a sumirse en su ab sorción con las consumidas me jillas entre las palmas de las ma nos y la vista clavada en un vago punto que parece estar en el es pacio. Bajo la garra de la tragedia no sentía la tortura del sufrimiento que acelera y agudiza la vida es piritual: su alma primitiva y ru da como el oaisaje permanecía impasible en presencia del dolor y no había en su corazón una fi bra que diera la nota humana. Había sido la compañera de aquel hombre que estaba pu- driéndose ya sobre la estera; con él había compartido la sórdida miseria y de él había tenido hi jos; luego, cuando él comenzó a tullí'se y a hincharse, porque a causa de aquel DAÑO que le ECHARON las carnes le crecían día por día hasta reventar, ella trabajó por ambos sin rebelarse, y sin embargo, cuando lo vió mo rir no sintió que la muerte le ha bía arrebatado un amor. Ella no sabía lo que era un amor; su vi da estaba regida por instintos puramente animales; sobre su al ma pesaba el embrutecimiento de una raza que no tiene vida in terior. Así, cuando vió muerto al compañero, le echó encima to do cuan'o poseía, que era aque lla eol’ha de retazos, encendió la vela del alma que para el caso le había dado la comadre que vivía en el cerro y sementó a ve lar el cadáver rezando de cuan do en cuando el Credo, que era la única oración que medio sa bía. Así pasó la noche, sola, por que los muchachos estaban muy pequeños y se echaron a dormir desde que oscureció, y la pasó escuchando el tumbo del mar impasible y oscuro como su al ma sepultada y pidiendo —no sabía precisamente a quien— que te deparase la manera de enterrar al marido, cada vez que veia una exahalaeión des prenderse del cielo y apagarse en el silencio al caer en el agua, porque ella había oído decir que las exahalaciones son las almas que se escapan de los cuerpos de los que mueren y que, si al UN CUENTO DE ROMULO GALLEGOS verlas se les pide algo antes - de que se apaguen, siempre lo con ceden. Pero va había pasado el me diodía y aún no se Lo habían concedido. Ni un alma había transitado por aquellos sitios, y ella había estado horas sobre ho ras a la puerta del rancho espi rando a que alguien pasase par* suplicarle la ayudara en aquello necesidad. Era todo cuanto se le habió ocurrido para salir del trance. Por otra parte, no podía haca# otra cosa: los muchachos est*. ban muy pequeñitos y no sabía* ir solos hasta el pueblo, muy día* tante de allí, yen cuanto ai t ella misma a hacer las diligen cias necesarias, para el enterra miento, no era posible. ¿Cóma dejar solo el cadáver? Ella ha bía oido decir que cuando al la do de los muertos no hay un* persona que rece “para ahuyen tar al enemigo malo”, éste so apodera del alma que ronda en torno de la casa mientras está el cuerpo en ella. Por momentos le asaltaba un miedo bestial. Sentía pasar por encima de su cabeza algo así co mo una racha helada y silencio sa que no sopiara ni de la tierr* ni del mar como un viento da otro mundo lleno de horrible* alaridos que no se oían y que 1* hacían la impresión de una ron da de espectros que volaran e* torno del rancho, con las sinie* tras bocas airadas, gritando si* voz. . Sobre el cráneo se le erizaba* las ásperas greñas y un friolen to templor le sacudía el cuerp* sarmentoso; sus pupilas dilata das por el terror arrebañaban 1* soledad de! paraje, y se fijaba* luego en el cuadro interior, e* el centro del cual iba creciendo y creciendo la comba del vientre del muerto.. El viento marino había caído y la calma se hacía cada veo más pesada y bochornosa. La* olas se retiraban antes de estre llarse en los rompientes con ua (Pasa a la Página 7)