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L?ctor frivolo que durante lo? | trescientos sesenta, y cinco días del ¡ año. apenas si has tenido tiempo para pensar en ti. en tus afanes, en tus ambiciones. crtrejíado a la defensa ¡ de tu? anhelos y a ia sor .a lucha por la felicidad; hoy. a tu pesar acaso, ; que no e? cosa de entritecersc asi como así. en e>tos tiempos in que iaaleeria? van siendo tan caras y tan contadas, va- a tener que dar unacuantas horas—unos cuantos nr. ñutos p>r ]o menos de tu vivir alegre—al pe isa r en los muerto?, en los quo an- ' te., que tú rindieron el eterno tributo a la buena madre tierra. Te llevará a eilo 3a visión ui r..uchedumbre enlutada que llena las amplias aver.iuas. bordeadas de árboles donde hay nidos y hay pájaros, ruc llevan a los cementerios; las parir, as de tu periódico que te habían de ello, el charlar de los amigos acaso. e! recuerdo de un muerto amado, que vícnc a tu memoria y te habla de cosa? idas y de dolores ya curados por e! bálsamo milagroso del tiempo. 1 Y ello te llevará. er> el rincón del ] destierro en que vives, voluntaria o involuntariamente, al recuerdo de tu juventud, de tu niñe_. de los años vividos en el hogar lejano en el \ que año por año. en e.-ca misma fe- ! cha. femprendían ¡os tuyos el camino hacia ei cementerio, a cuestas con las ' coronas floridas, con lo© cirios y lo> festone?, con ias cruces de esmalte, y en ocasiones con el viejo retrato del muerto amado, que aun presidia la vida común en la casa abandonada por él. en el dia trágico en que la muerte le robara a! gran amor a lo? suyos. Lo? pueblos nuevos piensan puco cu -us muertos. La viua no deja iiscar a pen?ar en ¿llus. Además. !a ciencia ha hecho una cosa vulgar, un aeio natural y lógico, un suceso trivial, c> lo que antaño la religión hiciera una «¡olorosa tragedia. La muerte rio es sino el acabanv«*ntn n«* las funciones vítale- en u¡! or~a::smo o! 1«» condenado f«i laimcr.tc, ei rebultado de un proceso ie eliminación necesario, en el que | los inadaptables van desaparecien- | jo para dejar el paso a !os aptos. los débiles para dejar el sendero a los tuertea. Después, como nacía ha de perderse en la naturaleza, lo que fuera car- | ne amorosa, lo que fuera nervios vibrantes. lo que ?e encerrara en la cueva encartada del cráneo, se convertirá. en el gran laboratorio de tierra, en flor, en fru.o.en sustancia química que mezclada con otras, en el fondo de una retorta, será elemento de algún producto industrial.. Xo hay en todo ¿lio nada de trágico. r.ada de extraordinario. Para los viejos pueblos, conquistados por lo desconocido, cocido* por el temor y por la fé. la muerte era la temida transición al más allá misterioso de las teogonias, la llamada al eterno juicio, la entrada a un nuevo vivir ignorad'-., en ei que la suprema ¡ justicia habría re discernir premios o torturas. El lago misterioso, el mar oV-curo. 1 el puente encantado, el sendero tenebroso. todo io que 1 •> viejos ritos crearon para materializar la transición. el viaje de uno a otro mundo, hacia de la muerte una formidable tragedia, en la cual no se moría, solo >e cambiaba de vida. Y como !a otra era eterna, había que pasar buena liarte Je osa vida perecedera, de esta v:<la de transición que nos daba la piedad de los dioses, nensando en la otra, preparándonos; para la otra. Luego. los que quedaban, seguían pensando en la -uerte que habrían corrido los que desaparecían del humano escenario. Habían ido a un largo viaje, hacia un mundo nuevo; seguían vivos, con una vida extraña e incomprensible, pero en la que Iiahian menester de la atenciones de los demás. Pt>r eso lo. tgipcio* liaron a -us muertos en l..s ba.ndelet-s mágicas de la momificación, para que el tiempo no íes destruyese los miembros: por eso .^e llenaban sus tumbas de víveres, se les llenaban cántaros de : agua. i-e regaban sobre la tierra que ¡cubría sus huesos, ánforas de esen! eia. se les colocaba en la mano, antes de cerrar el sarcófago. Ja moneda | nara que pagasen a¡ fúnebre barquero. la travesía de la laguna, para que pagasen al macabro vigilante de Arímán. el tránsito por e! puente encantado. Por eso. en la:- roches de frío, se '.es llevaban manta? y se les encendía fuego. Por eso los grandes señores aztecas no iban nunca solos a la muerte: el camino era áspero, y se necesitaba que los acompañase un esclavo, ül que se daba muerte arto e! cadáver del señor, para que fuese a servirle ! en :a vida ultra terrena. Por eso so cuidaba de no hacer na da ruic pudiese enojarlos, y se procuI ra ha hac^r ¡o nue !*■ i; >h;iavias" y i lo :!<»vara regocijo; ¡>.>! ejemplo; vent cario»4 Er. tanto que Clitenmestra no muere. Electra va tarde a tani-- a la tumba de Aeamenon, n recordar!j ' que será vengado, que ya Ore-l"s aíila su espada en la sombra. Así pue¿. en ia otra v¡ ia «.-i h-mbre seguía con su- mi mas pasiones, con sus mismos anhelos, nevo ¡rnpoi'oilitado para < ui: ;>lir!os. para reaizarlo?: pava ello reclamaba el amor «ic los suyos. L"n oca.-iones. la.- almas de los muertos son abandonadas por 1< > -u- , vos, y ento:.ces sufren hambre y | irio. y son las que por las noches recorren los caminos, sollozando en ! ios sollozos del viento en c! ramaje de los senderos. La vida en el otro mundo, cuantió i menos para el pueblo griego, es ir;.-- 1 te. Después de su visita a Plutón y • a Proserpina. l'lise- exclama, dolorido: "Mejor es ser esclavo e¡j la vida. ¡ que rey en e.-u- mundo de los muer- i tos". Por eso los muertos han menester con.-uelo. amparo, vefujriu. ayuda, para menguar sus tristezas, para en- ¡ duizar sus dolores. para hacer llevaderas -us fatigas, y eso, se los dsi el amor de los suyos, y sólo les llega por el secreto sendero del recuerdo. Pero la vida nos conquista tan por entero, es tan hosca la lucha, tan incesante el esfuerzo, tan inacabable la guardia contra los mil enemigos que nos rodean, que poco tiempo queda para darlo a los muertos. Por eso el suyo es un día. un día sólo entre los trescientos sesenta y cinco del año. que necesitamos para nosotros mismos. Ademas, es preciso p-nsar de cuando en cuando en lo transitorio de nuestras vidas, en lo efímero de mies ¡ tros goces, en lo inútil de nuestros bienes, "tesoros de la tierra que orín J y polilla consumen y que desentierran los ladrones"; en lo inestable de nuestras dicha?, en lo pasajero de nuestras victorias. Es preciso, porque parece ser fatal condición de los humanos, el que no nos acerquemos a la divinidad sino por el temor. La alegría nos hace confiados, las risas apartan de ¡os labios ei musitar de las oraeicr.es. Apenas sí hay quien piense en la divinidad cuando se siente rodeado de todos los bienes apetecible:', cuando todo le sonríe en torno, cuando .-¡ente 1a dulce caricia de los amores, el halago de las vanidades, las satisfacciones de la holgura. Para pensar en Ir» divinidad» r.ece: -¡ta sentir que su carne esta sujeta al dolor, y ésto sólo lo sabe en la presencia del dolor o de la muerto. Pai ra arrodillarse ante Dios, neccc-ita, no ] el amor de Dios, sino el temor de Dios, y ese, sólo llegra a su espíritu a , través de! horror al acabamiento, a I la dispersión del ser físico y moral, a ' que el fin de todos los poces esté cer! ca, tari cerca cuanto quiera que e. té ¡ la voluntad de Dios. \emesis cast¡eraba en el mundo pacano el desvio de ¡os feive-. Los jilecos sabían cue los dioses no a ir.abar. la visa de lo? niortale«. V apena- un hosubr masiado ft lis. demasía;1 pena? contemplaba cón iban llenando d" joya de $(.r. : dores. como sus 30'iiov: y sus "T: se !a'»h cuenta de c\»'n l'rentv •: :aurel de la- grande? victoria.--. de com.o le seguía por ta- cailcla admiración de ¡o- suyo.-;. <:■ v.j los brazos «morosos <ie la- mu.1-1 \s se ceñían ci: torno de >it cuello en . tanto >)Uo mano-: blan;*as se t ''-ian . a él en súplica de caricias, se pwguii- j tabnn con i¡ rror: ¿es que liabv • o-. fendido a los Dioses? ^Némesis '-a a I castigarme por esta dicha eNcesivj,: Y -o apresuraba a arrojar le;o.- de : si parte de -u> »;'-»>r->s. a libi-ra ' :¡ su.; : siervo-, a abandonar a sus mujeres. | a huir de sus amores y a desdeñar el dulzor <ie las femeniles caricias. .. .y i a pensar en la nuu rte, en el mas allá ^ sombrío, en el vivir .-¡11 luz y -::i amor en la infinita Harina de !<i> asfódelos. en los jardines sombríos de! Evebo. donde s" aman callada y tristemente la hija do < ■. ves y el hijo de Urano. Es que solo el temor a la injerte, sólo la visión de la muerte, acerca a los hombres a la divinidad. Por eso Xémesis castigaba n los felices, porque la dicha excesiva conduce a (la pérdida de la fé y hace altivo y con fiado al rebaño de los mortales. ... Por eso nosotros también, una vez a! año tan siquiera, llevamos el espi ritu hacia la visión del cementerio, nuestra ciudad de mañana, seamos vicos o pobres, poderosos o miserables, desventurados o felices. Es algo asi como la vieja llamada a la fé de la diosa implacable, la necesaria humillación de los orgullosos y de les engreídos, el recordatorio periódico de ¡rae somos débiles, de que somos de frágil arcilla, de que tenemos la vida y la dicha en préstamo, y de que ambas cosas nos pueden ' ser arrebatadas a lo mejor, asi pongamos en nuestro trono, en guardia perenne, a los mismos hopiitos de Leónidas. Es también, algo como un silencieso acto de desagravio a lo? que se *ue ron. ye sentía dc¡iode:'j-o; i su. uvas .se ;. e:.-nipos .'.uih indicaban r,a>iu;. apena . i'/aba su Hay quien «abe que cuando la muer te se llevó al que duerme el eterno sueño bajo los árboles del cementerio florido, estaba en deuda con el que se fué: en deuda de amor, en deu da de caricias, en deuda de gratitud. . Lenidad en el pagar, hizo que la deuda quedara insoluta; hubo ternuras que no fueron comprendidas, bondades que no fueron correspondida*, sacrificios que no fueron compensados. Por fortuna, decimos entonces, no se muere riel todo, la carnal envoltura se despedaza pero queda el espíritu inmortal, y en él se cumplirá el desagravio y por eso se va a la tumba del desaparecido, en una tar<ie. gris do otoño, >-on un ramo de flores en la mano y un rezo en la boca y el iris de las lágrimas en los [ojos. V en el último caso.?1' e! que se fué tío recibe el pago, ur o sabe q'iu lo hizo, y queda tranquilo. Xosotro-- necesitamos, ante todo, de nuestra tranquilidad. Necesitamos e.-tar tranquilos, pura estar cómoaos; necesitamos huir do los remordimion ¡ tos. no por lo que (.'líos son en si. :-i- ¡ n i porqin- ponen trabas a la alearía; necesitamos quitar toda sombra de nuestro espíritu, no para serenidad nuestra conciencia, sino para que la. sombra no se reflejó sobre nuestros ;oc- Necesitamos, en fin. liquidar vje.-tro? caldos sentimentales, para |.o(ier ciureirarno> de lleno a vivir nuestra vida. Si heñios parado •>.. año ,-dn acordarnos de l is que nejaron la vida, después de haber hecho la nuestra, de los que entregaron el alma a Dios y el cuerpo a ia tierra, con la sola amaruura de dejarnos solos y de privarnos de su. caricia-, de los que vivieron -u vida para nuestro bien, y aún despius d? muenos nos dejaron el regalo de sus riquezas, de su nombre y do sus virtudes, cutimos, tras no haber dado nada en cambio, el o cor.ar del que se encuentra en falta eo¡,sigo mismo, el malestar del que hurta y no se simte capa/, de devolver ¡o hurtado, el disgusto del que se , ha dejado sin hacer algo necesario y urgente y sacudimos nuestras pe reza.-, y nos vamos al'cementerip. con nuestra carga florida y una comedia sentimental dentro del espíritu, a entristecernos un poco, a llorar si podemos. a dar a nuestros muertos el ! sacrificio de unas cuantas horas de alegria. a alternar con una muchedumbre triste, muda o llorosa, a pagar con ello teda una vida de amor y a lavar con el mezquino caudal de nuestro llanto de ocasión, la mácula de I ingratitud de nuestros años de des Hay. sin embargo, para quien este cha de visita oficial a los muertos, es algo inútil, es aigo vano, aigo que constituye contrariedad y obstáculo la libre exteriorizado!! del sentimien to: la madre que no espera el día de ia festividad católica para encaminar se al cementerio, una y otra tarde, a descansar, sobre la tierra recién movida de la tumba del hijo amado, el fardo de sus angustias, de sus desencantos. de sus dolores incurables, de sus desconsuelos sin remedio; la amada que busca la tumba que más que el cuerpo del que se fué parece encei'rar el alma suya, para dei-ramar sobre ella el caudal do sus lágrimas y reconstruir, en la soledad del cementerio. las escenas de amor vividas en un ayer m¿3 añorado cua. f.o más lejano; c! hijo en desamparo que busca refugio en su alma, que tirita de frío entre la hosquedad del vivir, bajo los brazos siemprtf abiertos de la cruz clavada por su piedad filial sobre la sepultura del padre fuerte, vencido j por la vencedora implacable.. .. j Para ellos, la muchedumbre del I día de muertos, con su duelo proto| colario. va sólo a turbar la suprema ¡ quietud de la muerte, a profanar el silencio sagrado de aquel mundo mis- ¡ lerioso y sombrío en el que ya nadie , lucha, en el que ya todos se rindieron a la fatiga, en el que ya radie odia, en el que ya todos dan la contribución de su carne y de sus huesos al vientre fecundo de la tierra. J'ara l;1os, el día de muertos es cada día que viren pensando en ios que se fueron para no volver. Para ti, lectfcr, este día de los muertos es un ciía de evocación, acaso un día de honda pena en el que el recuerdo de la tierra lejana te sea doloroso y cruel. Ti*i recuerdas que en día.-; como éste. allá, en el rincón mexicano donde ¡ vivíate tu mocedad alegre, te desper- j talui por las mañanas el tragín fami-: liav presuroso de la marcha al cementerio. Viejas coronas guardadas en rajas cubiertas de polvo, escondidas durante un año tras el veníate—obra de talla del carpintero loca!—del tosco ropero oloroso ropa limpia y a perfumes finos. lucían ante tus ojos sus hojas de esmalte y sus flotes de porcelana. Tú. si eres espiritual e imaginativo. hubiste de pensar en que. si los muertos elidieran sus ofrendas, no elegirían de seguro flores de porcelana con hojas de esmalte --in olor, sin frescura, sin vida, cosa erte, cosa muerta como ellos mismos. Era como si a un ciego le ofrecieses ti don de* unos ojos de vidrio. A un muerto, llevarle flores frescas, recién cortadas. húmedas de rocío, palpitantes de sabia, flores en cuyos pétalos, libres todavía al aletear del insecto de alas policromas que chupó la miel y dejó el polvillo fecundo del polen; un ramo apretado de flores olorosas a vida. a mujer, a amor, a campo, a bosque. a jardín, que puede que su encanto atraviese las capas de tierra que amontonó la azada del sepulture- ! ro y lleve algo como el extremecimienío de una caricia, a la pobre carne entumecida por la muerte. .. .Pero no flores muertas, como ellos Luego, ante ios ojos tristes de la madre, que recordaba más hondamen- j te que nadie, por cuanto que radie como élla, con sus años y con sus j penas, se encontraba tan cerca del vía ! je final, la familia se vestía de lato, y empredía c-1 viaje al cementerio, con su carga de cirios, de flores, de crespones, de candelabros relucien- j tes. En el cementerio, ia visión de la "feria" puebleriana: los "puestos" colgados de papelillos multicolores, las vendedoras, de caras sonrientes y de bocas rojas en adorable promesa; el pregón a grito abi?rto de las más varias mercaderías; los pequeños devorando "muertos" de azúcar y los j grandes olvidados a su pesar de los muertos suyos, ante aquel espectáculo de alegría de los vivos en plena lucha. Denfo. una extraña puja de vani dades: sepulcros adornados con lujos de escenografía vulgar, en la que más que el amor al desaparecido se lurc patentizar ]o cuantioso .de la herencia que dejó tras de sí; una multitud que se agita nervios;, entre gasas y cirios, y flores y esmaltes, espuniendo teorías estéticas y discutiendo efectos visuales. De cuando en cuando, grupos tristes, móviles, en torno de una tumba sin mármoles y sin bronces, sobre cuya tierra parpadea un cirio y se marchitan unas flores. Cuando los gritos del pregón cesan por un momento, se escucha el sollozar de una mujer, de un niño, de un mozo, en aquellos grupos tristes. Kn los rincones lejanos del cementerio, escuchaste alguna ves coloquios de amor. Mas de un beso agitó cerca do tí las pequeñas ramas grise.5 de los cipreses. Llegó la noche, cada cual tornó a su casa, y los muertos quedaron solos otra vez, bajo la tierra hollada de sus sepulcros. Las coronas volvieron a sus cajas polvosas, ios cirios al fondo del viejo arcón, los candelabros a lucir su bronce repujado entre ias colgaduras de la sala, y la vida, con sus visiones y con sus tentaciones, arrojó bien pronto del espíritu—sobre todo del espíritu joven—la visión de la muerte. <ie las tumbas, del dolor Sin embargo; los muertos habían tenido su ofrenda, su homenaje de recuerdo, más o menos hondo, y los vivos unas cuantas horas de recogimiento. ante la presencia de la muerte, fin indeclinable de todo lo creado. A tí. lector, este día de los muertos te hará pensar en los tuyos que duermen e! eterno sueño bajo la tierra lejana que ha mucho no pisas, que sólo Dios sabe cuándo pisarás, que acaso no se abra para dar abrigo a tus huesos, cuando te llegue la hora de ' entregar el alm». al Creador. | SUEÑO Y REALIDAD Un leñador estaba sonando un | -ueño feliz. Al ser repentinamente ¡ despertado por otro, exclamó incomo | dado: —¿Por qut me habéis despertado? ! Era Rey y padre de siete hijos. ToI dos recibían educación en las varia® I ciencias. Yo estaba sentado en mi trono y gobernaba mi país. ¿Por qué me habéis destruido un estado feliz y delicie so? El otro replicó: —¡Ba! Sólo era an íueño. ¿Qué te importa? El leñador repuso: —¡Idos de aquí, necio! ¿No coirtpredéis que mi existencia como rey era tan real como nii existencia como i leñador? Si es cierto que ahora soy un l3ñador. era ieualmcnte cwrio que entonces era un rey. / iMñliimillTííiMglfíifiaTíii) í í y»