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üßoletín /Mercantil be INbw •••**: • mmntm*— AÑO 70. ü te l'flurr' i .Wltei I'tr 1a VtifDfc ii mí ha •!- ♦•mu Ariminift tmnAti, no iírtiit m * ALTAS <H* simen jilo-I n*a 4 #*t* i ii !<** *• ♦! 1" le rnl . I iy a •* *\ ima tu Kh .id 6 31| cilv, ¡ ' jiu* si lieren ron | fM#terion iiul i i* iwirán *n runiiH ni rnrtirin f- * ro! i¡h!i<] hasta el <ll* ftltmio r* n. gi < alt* a! *n <JU<* se ¿•líate U nivhr mvnnrn n r V r\ l/lii i l l¿ ¡i* L ’ i l ilLu i, V C\N DI D.V DE SHAW 1 * r fju ■ " : • •;: i ’ - n :.V ' • . h ,m;i \. _ . " ' '-;t: ñ i t-;i. Mucha .i :i \i *i (1 mundo con han * se Li* quieran á ellas \ las i ft lii es no pueden qiun r *n pobres en afecto. ♦’ \ ,ie> *n roñosas. Otras La> q ; tn en con teso tos infinitas de cariño v los van : i la vida. ¿Por qué quieren la.-* mujeres que V* 1 r *• A Ir, f-%. *•• íictn pregunta n do de los hom bres. X> is las queremos con i * a 11 . id) nos parecen 3* #ti M4 i. tiil * 1 i I * • i *ll* t1 v WsQ *1 1 ÍJt f..X I *■* tti 4 , )11 Al 'J\ 1V- *?> v- I IJ €1 i. i ftl *1 *V, * a A 4 I • tOI * 114 V/ ' ” 1.4 su apostura < \ su posición ó á la pu uva de * i propio amor el i.ariñ< h una i. ujt r de las que quieren Si P>> hombres quere mos ála mu i por sus cuali dad - que la mujer n juk ra por nuestros defectos. Tai es, a n.. nos, ¡a honda tiloso! i a qti*.* -n ierra "('andida,' una iom * > autor la titula un mióle. :o cu tres actos (jue imlutlahh rúente es, la más com pleta de la *>l ros dramáticas de liorna i N Uv v que acaba de tradu i a adelJano don Julio Jiróntá al mismo tiempo que olía a a ! i mi sino drama turgo. ¿No sueles leer obras dramá ticas' Haces ma toi V creas a 1 que te digan que las obras dt teatro se escriben para ser puestas en escena. El tea tro grande el buen teatro, se escribe principalmente para ser leído. Toda representación es una traducción y toda traduc ción es defectuosa. I laz la prue ba con cualquiera de las gran des o iras teatrales, con "Ham lei. con Fausto, con “Hedda oabler Léelas con atención, imagínate los personajes hasta que se te iigure hablar con ellos, ▼éte después al teatro y oye deéde tu asiento ha representa ción. Verás, lector, cómo el liatnlet que hay en la escena no es tu Hamlet, ni la Hedda Gabler tu Hedda Gabler, ni el Fausto tu hausto. Y no me negoras, si eres algo sonador é imaginativo, que vale más leer una obra de teatro que una narración novelesca. Los novelistas y los cuentistas tie nen que describir tipos y paisa pfcs, y la literatura no es el arle que mejor se preste á las des cripciones en estos tiempos de viajes y museos. ¿Qué descripción podrá hacer un novelista de la ügura del DIARIO INDEPENDIENTE DE INFORMACION UNIVERSAL. Conde-Duque de Olivares que borre de tus recuerdos los re tratos de Velázquez? ¿Y qué relato de los esplendo res de un crepúsculo te hará tanta impresión como un pai saje de Turner ó de nuestro Joaquín Mir? De la-, descripciones literarias puede decirse k> que de las re presentaciones escénicas. Son traducciones y, por tanto, im perfectas También una pintu ia es traducción, ¿pero podrá ne garse que la del pintor es mu cho más directa que la del es critor? Lo que no pueden hacer el pintor, el escultor y el músico, es contarnos la sucesión de las acciones humanas, en su mo mento álgido de crisis. Esto es lo que hace escuetamente el dramaturgo, sin meterse á des cribir. que es cosa de pintores, y sin poner buena parte de su labor en realzar el son de las palabras, como quieren hacer lo poetas, para encontrarse con que los músicos se llevan la primacía en materias de musi calidad. Esto hace que el teatro sea, la huma más baja de la lite ratura, cuando su iin es pura coiru ó su expresión má< noble y más excelsa. i.->a “Cánd -ia’ de Bernard A.> , .v íes j iico leas, no es tanl ■ un misterio como la ex í beac un ik uno de los miste rios que más han intrigado á los h mbres de todos los tiempos. Cándida es mujer de treinta y ti es años, con el doble encanto juventud y la maternidad, les tuerte, digna, grande de cuerpo y alma. Atrae fácil mente á los hombres, pero se sirve de su poder para fines ele vados I teñe dos hijos de corta edad y es la esposa del cura párroco de una de las iglesias del Norte de Londres. El párroco Morell es un sa cerdote cristiano socialista de la ígleuia anglicana. Es vigoroso, popular, agradable; sabe man dar é imponerse sin ofender á nadie, y es un orador abundoso que habla y predica á diario y conserva el tono oratorio en la conversación familiar. La vida del matrimonio ha sido feliz sin deber serlo. Cán dida es una mujer de sutil inte-, ligencia, que conoce peifecta mente las debilidades de su ma rido El párroco,excelentísimo sujeto, no sabe una palabra de su mujer La quiere mucho, todo lo que puede querer, pero no la entiende, y no comprende la especial índole de relaciones que entre ambos median. En todo matrimonio hay uno que quiere y otro que es queri do. El párroco se imagina ser él quien da el afecto, la tuerza masculina para defensa de la debilidad de su mujer, la honra dez para su tranquilidad, la ha bilidad é inteligencia para su sustento v la autoridad y po sición para su dignidad. Mr. Morell hombre poco sutil, se engaña en todo ello. En ese bogar, quien más pone de su parte es tila Candida es la que se sacrifica, la que da; el párro co es el que se aprovecha del mudo sacrificio de su esposa. La verdadera situación se descubre porque un día Morell, socialista práctico, encuentra desfallecido en la calle á un Entered at the Post Office at .San Juan as second class matter. San Juan, Puerto-Rico Lunes 22 de Junio de 1908 muchacho de dieciocho años y se lo lleva á su casa para soco rrerle. El muchacho es un poe ta de buena familia, que ha vi vido sólo, abandonado moral mente de sus padres. No le faltan recursos materiales, pero no sabe utilizarlos. Su inteli gencia es clara y penetrante, pero su timidez y espíritu artís tico le hacen imposible la vida. El infeliz es tan tímido que se deja robar por todo el mundo y acaba por no atreverse á entrar en un restaurant ni aun cuando tiene dinero. Cuando el párro co le encontró desfallecido lle vaba en el bolsillo una letra de considerable cantidad á ocho días vista, y no la había descon tado por no saber que podía descontarse. El tímido poeta se enamora de Cándida, descubre fácilmen te que el párroco ignora el te soro de mujer que le ha depara do la fortuna y se subleva al pensar que un alma grande, “anhelosa de realidad, de ver dad, de libertad”, tenga que con tentarse con oir desde por la mañana hasta la noche “metá foras. sermones, peroraciones y mera retórica.” No se contenta con descubrir lo, sino que un día en el primer acto, después de que ya conoce mos por sus actos á todos los personajes de la obra, le pre gunta al párroco: “¿Se figura usted que el alma de una mujer puede alentar só lo por sus talentos de predica dor?” Claro está que si, á partir de ese instante, Mr. Morell si plan tara en la puerta al impertinente no habría drama, pero el poeta, que se deja pegar, le desafía al mismo tiempo: “Si no poseo el valor físico inglés, tampoco ten go la cobardía inglesa: no me asustan las ideas de un clérigo. Me echa usted de su casa, por que 110 se atreve á dejar escoger á Cándida entre las ideas de us ted y las mías. Se asusta usted de que yo la vuelva á ver.” El vanidoso de Morell no quiere asustarse y así queda planteado el misterio. ¿A quién quiere Cándida? ¿AI bondadoso pero huero charlatán de su marido? ¿O al poeta trá gico, tímido parala lucha física, pero de inteligencia valerosa y que quiere á Cándida con pa sión infinitamente más real é intensa que la de su marido? ¿AI que la entiende ó al que nunca se ha cuidado de enten derla? A veces nos parece que quiere á su marido; á veces ima ginamos que corresponde con amor maternal á la pasión del poeta. El misterio no acaba nunca de dilucidarse, pero la escena final entre los tres, es de aquellas q, no seolvidan nunca. El párroco dice á su mujer que no quiere seguir atormen tado por la duda y la sospecha, que no quiere sufrir la intole rable degradación de los celos, que Cándida tiene que escoger entre uno ú otro. “;Con que tengo que escoger! ¡Con que he de pertenecer á uno ó á otro!”, responde Cándida, llena de ironía,como mujer enér gica consciente de que ella sólo puede pertenecerse á sí misma y de que si quiere es porque es ella la que quiere, no porque deba querer á nadie, ni porque haya nadie capaz de conquis tarla. “¿Con que me van á subastar mis amos y señores? ¿Qué ofre ces tú?”, pregunta á su marido. “Mi fuerza, mi honradez, mi posición, mi autoridad” etc., etc, contesta el señor párroco. “Mi debilidad, mi desolación, los anhelos de mi corazón”, dice el poeta. A “Ese es un bueú ofrecimien to”, replica Cándida; “me doy al más débil de los dos”. Lector, el más débil de los dos no es el poeta. Cándida le re cuerda que está hecho al dolor, á la soledad, á la miseria y que, por lo tanto, puede resistirlo. Pero el párroco ha sido siempre el niño mimado de su madre y de sus tres hermanas. En las paredes de su casa materna no se ve más que retratos suyos. “Jaime de niño de pecho, el rorro más hermoso de todos los rorros; “Jaime con vestidito; Jaime con sas primeros panta lones; Jaime á los once años, con los primeros premios de la escuela en la mano; Jaime con su primera levita; Jaime en toda suerte de gloriosas circustan cias.” “Usted sábelo dichoso, lo in teligente que es”—sigue dicien do al poeta hablando de su ma rido, —“pero pregunte usted á la madre y á las tres hermanas de Jaime, el trabajo que les ha cos tado el evitarle el trabajo de ha cer otra cosa que ser fuerte, lis to y dichoso; pregúnteme V. a mi lo que me cuesta ei ser á la vez su madre y las tres herma nas y la madre de sus hijos, to do en una persona. Pregunte el trabajo que liay en casa cuan do no tenemos visitas como la de usted, que nos ayudan á mondar las cebollas. Pregunte á los abastecedores que yienen á fastidiar á Jorge para estor barle la concepción de sus her mosos sermones, quien es el que los recibe. Cuando hay dinero que dar, él lo da; cuando hay que negarlo, lo niego yo. Edi ¿qué para él un castillo de co modidad é indulgencia y amor y monto la guardia delante para cortar el paso á los pequeños cuidados de la vida.” El párroco, anonado, se echa á llorar en el regazo de Cándida, yladice:“Tú eres la suma de todos los cariños de la vida.” El poeta se va, desesperado, y Cán dida le consuela rogándole se repita á si mismo dos pequeñas oraciones; “Cuando yo tenga treinta años, ella tendrá cuaren ta y cinco; cuando yo tenga se senta, ella tendrá setenta y cinco.” Y cuando al caer el telón, el párroco y Cándida se abrazan, los espectadores ó lectores, va nidosos como el buen párroco— las mujeres dicen que los hom bres somos cien veces más va nidosos que ellas—sentimos algo chafada nuestra vanidad, pero tenemos una idea más noble del cariño de las mujeres íuertevS. Ramiro DE MAEZTU. UNA INVITACION La Comisión organizadora pa ra la parada del 4de Julio, ha invitado ála “Federación Li bre” para concurrir á la mencio nada fiesta americana. Suscrfpolétn 7® •* Número 147 CUENTOS AJENOS ¡I célárc lléíé Cayetano de Saint-Flamberge era un folletíníst3 célebre. Los periódi cos de mayor circulación publicaban las dramáticas fantasías creadas por su cerebro fecundo. Grande era su reputación; pero la gloria tiene su reverso; un hombre célebre contrae ineludibles deberes, y Saint-Flamberge, con las inaugura ciones de exposiciones, las conferen cias, los estrenos, el Círculo, que se veía en la obligación de frecuentar, y las numerosas invitaciones que dia riamente recibía, acabó por no tener tiempo disponible para producir no velas. Lo grave era que no tenía capital y que vivía de su trabajo. .Cómo con ciliar las exigencias de la vida mun dana con la labor diaria? Hizo áun tan Mongodin, que esta ba encargado de la información de sucesos en un periódico diario, la proposición siguiente: —Gana usted personalmente 20c ! francos al mes, enumerando acciden j tes de automóviles y narrando las odiseas de los borrachos; escriba us ted mis folletines, á razón de 20 cén timos la línea, y si acepta usted mi proposición ganará 500 francos men suales. -Conviene? ¡Ya lo creo que convenía! Trato hecho—contestó Mongodin. I—\ empezó á escribir cuartillas y | cuartillas, desde que clareaba el día ¡ hasta que venía la noche, mientras jSaint Flamberge prodígala su pre sencia en el mundo ele los odiosos, que son, como toóos sabemos, las gentes más ocupadas de este mundo. En menos de tres meses escribió una novela de capa y espada. Saint Flamberge la leyó y aprobó, recono ciendo que no hubiese sido capaz de escribir nada mejor. Se limitó á añadir un montón de signos de admi ración y firmó. Esa novela tuvo un gran éxito Llovieron encargos de los directores de los grandes periódicos, y el ilus tre escritor pidió una tregua de algu nos meses, prometiendo á todos que quedarían satisfechos ! Uno de ellos, Platrier, el director del Harpagott, insistió; necesitaba un folletín inme | diatamente, y pagaría por él lo que |se quisiera; las cuartillas podrían entregarse á medida que las escribie ra ei autor. Saint-Flamberge aceptó. - Amigo mío—dijo á Mongodin— además de la novela que tiene usted entre manos, es preciso que escriba usted otra para Platrier y que desde mañana empiece usted á entregarle original. Yo, mientras tanto, me voy al Mont-I)oré, donde me envía el mé dico á curarme de mi neurastenia ¡Lúzcase usted y prodigue los signos de admiración! Hacía tres semanas que Saint- Flamberge había empezado su régi men curativo cuando, una mañana leyó en un periódico lo siguiente: “Nuestro querido compañero en la prensa Mr. Mongodin ha fallecido...'* Poco faltó para que el célebre folie tinista. perdiera t:l juicio; muerto Mongodin se interrumpía la publica ción de la novela en el \ Hárpagm. ¡Qué fracaso, qué vergüenza y ‘qué ruina! Volvió á París el mismo día v fué & casa de Platrier. y Después de saludarle, se informó con habilidad. El direcetor lo tran - quilizó. Ahi sobre la mesa tengo cuarti llas. ¡Cuánto me alegro! No estaba seguro de haberlas enviado al correo. Saint Flamberge respiró; pero no se explicaba el prodigio; Mongodin, difuntb, no podía escribir folletines. Fué á casa de éste. La señora de Mongodin le dio la explicación del mistei io: —Mimarido-le dijo-no escribía hece tiempo. Dió el encargo de es - cribir las novelas á un pobre diablo á quien pagaba á cinco céntimos la linea-